Hispanich Culture Review

Fall 2001-Spring 2002, Volume VIII, Number 1-2

POETRY / POESIA

                             Miguel de Asén

Ansia de sentir
¿Qué regla a la mente el arte impone?
¿Qué sutil sentir la entraña inquiere?
     ¿Qué melódico latido prefiere?
     ¿Qué aliento al verso con su ser propone?

El sentir es quien al arte dispone,
     sin sentimiento la palabra muere,
tras del alma latir ya la voz quiere,

la más bella estrofa el amor compone.
     ¿Cómo buscar la fuerza de ese viento?
¿Cómo encontrar del corazón la llama?

     ¿Cómo hacer de inspiración un momento,
     olvidar por qué el corazón brama,
tornar la nimiedad en monumento,
algo interior que al talento reclama?
 

Sólo tengo la palabra
Con versos piedra quisiera esculpir,
    pues la piedra no se la lleva el viento,

es casi indestructible sentimiento,
    y es la voz más difícil de partir.

A la piedra no la pueden fundir,
    puede durar más de años un ciento,

pero aunque mi mente haga un intento
    mis manos no aprendieron a esculpir.

Sólo tengo la palabra traviesa,
    que en los ripios del verso se incomoda,

que las más de mis noches embelesa.
    Es díscola a la estrofa y a la moda,

a veces su ritmo mi pluma besa
    y logro escribir con ella una oda.


          Rei Berroa

Diego para todas las riberas: iconografía
Como Lope al escenario de Madrid
o Quevedo a la cárcel del lenguaje,
como Alfonso renovando los ensayos
o don Pedro, el maestro, cosiéndole las venas
a este lado de la tierra,
este diego del que se habla
hace a México visual, le saca
su partido a la ternura de la gente,
la pinta,
se retrata,
nos presenta.
Y tanto
que parece como si todo lo real le cupiera en la paleta.

Si al primero, al galileo, le dieron
la espada y el caballo en contra del corán y de la luna
y el segundo, el sevillano,
con el rostro de los parias y el mendigo,
cambió el cuerpo de los dioses,
los hizo convenientes a la vida,
éste nuestro diego
llega a la pintura con el paisaje de la era sobre el lienzo,
asume a los viejos de Toledo,
le entra al cubo y a la patria,
los trae a su ribera:
Poncho, sombrero y fusil,
el sur se hace color en la guerrilla.

Con el ojo descubriendo los detalles de la tierra
se posa el pincel en los pezones
de bañistas,
bailarinas,
y tierras liberadas,
irrumpe en el lirio y en la trenza,
abraza al indio y su petate,
los hace transparentes, braquiarcados.
La pared por donde pasan los obreros
esparciendo el perfume del trabajo
pide a gritos
que transformen su blancura
con las líneas de la historia mexicana.

Se disputa su osadía el poderoso:
llueva sobre nosotros, dicen, su genial humanidad,
que venga y se nos venda,
que diego diga y haga lo que quiera y como se le antoje.
Así llega nuestro genio y pinta a California,
cuelga San Francisco el hábito y baila en los andamios.
En Detroit, el muro es el testigo de la máquina y el hombre.
Se adiega mientras tanto la ciudad, pleitea
su linaje, le pide
que la deje ser su concubina y dormir sobre su almohada.
En Manhattan, sin embargo, creyó la voz del amo
que el arte sufría de ataduras
y al tomar la frente la forma de Lenín,
sin corona de espinas ni signos de mercado,
vinieron los mangantes,
le compraron el mural y se dijeron:
ahora que le hemos dado al indio ese
el sudor de nuestro esclavo,
borrémosle la idea,
que no quede en la memoria ese farsante.
A martillazos rompiéronle las alas a la forma
y la sangre cayóen pedazos de piedra y de cemento.

Se fue el pintor con su música a otra rivera
y el taxista pudo ver lo que valía la pintura.
De él hablaba el limpiabotas,
con su cuerpo y en sus manos soñaban las muchachas,
el cura en el sermón acusaba su generosa masculinidad,
arguía el profesor en medio de su cátedra
qué elementos le eran pertinentes
y cuáles le venían del Greco o de Zapata.

La tierra se llenaba de diegos en el aire y en el tiempo:
confundido entre sábanas, guitarras, margaritas,
lo mismo se encontraba en bares que en hoteles,
igual salía de los cines o llegaba a Veracruz,
entraba en metros y oficinas,
las señoras del mercado preguntaban al viajero
si entendía a diego en la Alameda
o qué pensaba del Teatro y de la Raza.
No podía nadie huir del radio de su cuerpo,
a nadie le era dado escapar su irreverente imaginada.

Descubre a diego el arte prehispánico
e invade sus bocetos y murales,
le construye el castillo Anahuacalli,
ocupa en Coyoacán todo el espacio.

Pierde a Frida que aleteaba con la vida.
Moscú, dice, le cura de su cáncer,
mientras México celebra su avanzada juventud,
y en medio de católicas proclamas,
sin miedo a Dios,
sin temor a los tumores que le dejan
paralizada la derecha,
pinta a diego el otro brazo.

Fue en noviembre que dejó su desprendida geografía.
Como Pablo el de Temuco diera a Chile su casa junto al mar,
así le entrega nuestro heroico caballero
toda su pintura al común de la gente mexicana.

Pongo a Diego por testigo
de que entonces comenzamos a contarlo.



 
            Marlene De La Cruz

Milagros de Guatemala
¡Puro milagro!
El cielo
De mi patria
Es azul

Sus hijos, tíos, padres,
Heridos, baleados
Amachetados, hambrientos
Sufriendo
Muriendo

¡Puro Milagro!
El cielo aún azul
Sólo oraciones
Explican
El porqué
Tantos hijos, tíos, padres
Muertos
Y ese cielo querido
Nunca dejó caer
Lágrimas de sangre

¡Puro milagro!
 

Recuerdos de la madurez
Es cierto
No nací ni maya ni quiché
Pero el espíritu de la tierra
Patria amada de mi niñez
Me llama y me atrae

Quizá sea el grito silencioso y sofocado
De Tecún Uman al caer herido
O quizá sea el rugido del volcán
Al estremecer la tierra y arrojar fuego y azufre
Demostrando su poder y su fuerza
Que como la del Popol Vuh y sus verdades
Me atrae—serpiente sabia a su inocente víctima hipnotizada

A escalar el más alto volcán
A descender a lo más hondo y oscuro del barranco
A chapotear en el agua de sus riachuelos
Con patojos—piel oscura y asoleada
A visitar las casas de los reyes—
Viejas pirámides de mi pasado
Y a subir al templo y maldecir el desgraciado día
En que Pedro de Alvarado fue bienvenido

O quizá sea el deseo intenso
De tener entre mis manos los pulcros pétalos
De mi bella Monja blanca—orquídea sin igual
Y sentarme bajo una ceiba con sus frondosas ramas
A buscar con mis ojos rejuvenecidos
El vuelo real del Quetzal esmeralda
Que con su corona me recuerda
De la sangre derramada repentinamente

Recuerdos ardiendo dentro de mi alma
Son todo lo que queda de aquella realidad
Ilusión presente en mi mente es
El glorioso regreso a la verdura de mi tierra
Maíz sustancioso de mi niñez
Pozos hondos llenos de mi juventud
Y nada más que recuerdos en mi madurez
 

Retratos
El gato
Fielmente pintado
Artista famoso
Costo gigantesco
En la sala
Adulado

El niño
Muerto de hambre
Madre desesperada
Ni un quetzal
En la calle
Muriéndose

Así es la vida
De los gatos
Y los niños
En mi patria


            Edith Goel
                A Emily Dickinson, a su bosque de enigmas

Soy una mujer de siete puertas.

Una
para cada hombre de mi vida

El de la niebla en las caricias
-los domingos-.

El de las botas
con una marcha mustia, olvidadiza
-los lunes-.

El de espejo azul,
bailarín
de arenales y tormentas
-los martes-.

El de los secretos, violador
de las mañanas calmas
-los miércoles-.

El vástago de todos los héroes,
el que emprende nuestra fuga
entre las alas de un ave verde
transatlántica
-los jueves-.

El que espera
la tibieza de mi vientre
como el puente de un río
que nos llama
-los viernes-.

Y el que desata
mi piel y ama
el desnudo de mi herida mansa.
-los sábados-.

En siete puertas sin llave
instaló Dios
el secreto nombre de mi vida.

Y un carmín de minutos por nacer
bautizó
a mi pasado
y renació siete veces
en la explosión de mis campanas.
 

Finisterre

Amar
de cuerpo presente
es
como bailar a ciegas
desde el acantilado
de un mar sin ecos.

Ya no hay cunas.

Hay un cielo amenazante.

En la amenaza vivimos
el pasado
el presente
la explosión de un porvenir.

Y abrimos de par en par
las grandes puertas de la ausencia.



 

            Juan Antonio González

Abulia
           Bajo a la estación.
Contemplo un anegado ambiente:
     consuetudinarios clientes
    en viaje a la desesperanza.
                    Busco,
                  tropiezo,
      distraigo a los distraídos
    que sin ver vuelven a subir
           hasta otra parada,
         otra estación abúlica:
          nuevos transeúntes
          que miran sin mirar.
           Expongo un grito
  que se quema en la garganta,
         y se ahoga por salir
  por unas fauces que se abren
             y no musitan;
                    sólo
                  piensan
             que lo hicieron.
         ¡Qué desesperanza!
Sólo buscamos la última parada
            y cada estación
              contribuye…
                                    abulia…
                                               y desesperanza.

Fronteras
Tierra donde se borran los perfiles humanos…
                                          …y se bordan los políticos

                                 que inciden en tendencias
que, a veces, dividen…
                                      y separan.

Río que ataca …         itinerante…
                        quien osa cruzar su vado sin permiso,
             evitando cuotas…
                                            y cuestionamientos…

                                         …sin límite…

Límite… limítrofe… limitación… ilimitada…
                                                            y …limitante

                      celoso y ceremonioso.

O eres río traicionero,
o eres diminuta brisa ardiente…en mar de perlas solariegas,
y atrapas, y convences, y con crueldad…
                                                                             …sacrificas.

Enmarcas  las  fronteras de la vida…
                                                                         y de la muerte,
                                   las fronteras artificiales de los hombres…
              que siegan sin piedad las ilusiones.

¿Cuándo  humanizarás tu semblante,
                                      para que los hombres
                                    reubiquemos tu sitial…
                                           desprovistos de temores agobiantes?


            Jason Paxton Graham

Himno del Jardín.
   a R.
Para adivinarte, Amada, entre los cofres de fugacidad,
busco tu voz tatuada en mis brazos, mis muslos
               municionados;

para suplicarte, Alzada, ante el roto erario inmenso de
               eternidad,
cargo cicatrices silenciosas de tu hambre en mi cuerpo
               desconsolado;

para descifrarte, Sagrada, en mi insondable pecho pulsante
leo la inscripción purpúrea de tus dedos desesperados;

deja la máscara y esta prisión de separación, te pido
               temblante
de tinieblas entre tu eco de siluetas. Caída: bautízame de ti--

te ofrezco esta cáscara de frutas fraguadas y vid brillante,
cosecha, teniendo y tiñéndote con sudor y color a mí.
 

Cántico vespertino.
   a R.
Perdidos, anhelamos por los aullidos de vientos violentos,
abrazados entre las tinieblas nebulosas de lamentos.

perdidos, caminamos por aquellas desiertas calles desoladas,
cantando entristecidos entre las silenciosas casas sitiadas.

perdidos, pasamos por los abandonados cementerios
              astillados,
susurrando enlutados entre los nocturnos cánticos cintilados.

perdidos, anduvimos por invisibles jardines vespertinos,
corriendo caídos entre aquellos vencidos muros repentinos.

perdido soy, cantándote por callejones y tabernas,
persiguiendo un eco, una ausencia, y la condenación de
              castos;

perdida eres, vagabundeando entre rincones y cavernas,
monja de sombras, alzando tus lágrimas en ascenso hacia los
              astros.
 

Soneto de separación convergente.
     a R.
 Tenía manos para profanarte,
 suspiros quebrados para quemarte,
 los brazos batidos para adorarte,
 mis labios diurnos para destrozarte.

 Tenías lunas para alumbrarme,
 cielos sumidos para acariciarme,
 estrellas agudas para astillarme,
 tus ojos hondos para aniquilarme.

 Teníamos regazo para herirnos,
 ocasos ocres para esparcirnos,
 beso y eco para maldecirnos,
 fieros rezos rojos para asirnos,
 vacío estelar para conseguirnos,
 olvido azul para consumirnos.


            Carlos López Dzur

El proceso femenino

        1. Niñez
Hay mujeres de rostros infantiles.
¡Que nunca envejecen!
Son como chavas, como niños sin sexo
-golfiñas ariscas, juguetonas, risueñas-
con huesos ágiles y originales ímpetus.

Y sus ojos, sus ojos
son faroles con llamas que en la mirada
se encienden vivamente
y con los gestos florecen.

En sus rostros,
incansablemente dulces y gentiles,
se ilumina la chispa del espejo interior,
el ángel femenino, la mujer encarnada.

Hay mujeres sin malicia,
sin sucio en las pupilas,
sin agresión que a sus labios tuerce
el asomo absurdo de cualquier palabra.

De la infancia son las caritas permanentes,
la doncellez que se asoma, tan callada,
para el gozo de una primavera que perdura
y así quedarse, a flote en ella, para siempre.

¡Qué semblantes sin años,
sin tristezas de arrugas, sin hurañez amarga!
Tersas, limpias, melódicas en la piel del espíritu
como ninfas que cantan, musas
al pie del Helicón más cotidiano.

Y sus ojos, sus ojos
así miran, así conquistan aún más,
así se comunican, así descansan
cuando llega el día del dolor,
la noche con empeño de obstruir
al amor inmarcesible.

          2. Adolescencia
Hay amores que avanzan con paso
de nubes claras o manantiales cristalinos.
Amores que no son exactamente cielos,
pero entregan el alba. Que no son agua.
Ni exactamente nimbos, pero se elevan
como cirros a las esferas altas
y refrescan los hondos abismos de los soles.
Del hombre.

Son mujeres gentiles. Eso tan sólo son:
la presencia de brisa que refresca
en figura de cuerpo femenino.
Se materializan.
Semillas son de estrellas en lo oscuro.
Se entregan
como consciencias en calma que descienden,
¡pero cuán altas habitan y cuán padrísimas
son las sombras de ellas para el calor del mundo!

Y sus ojos, sus ojos
son faroles y llamas en la negrez hostil
y vive el corazón varonil,
por su femínea luz, encendido.

          3. Adultez
Hay mujeres que son versos vivientes:
el ritmo que camina, descalzo,
la música que se forja en las palabras,
la bandera de la sensibilidad que conspira
para volverse más amor y más ternura.
La mujer se vuelve hembra de tal modo,
moza con anhelo de mitosis
y se escinde en la maña señera
de la virtud que sueña y bendice.

La mujer, su soledad divide en dos
por ser, de su hombre, compañera...
y, entonces, anda con el talle vertical
del árbol, cósmico geotropismo,
y su vientre horizontal se acuesta
lleno de curvas, ninfítico de caderas,
húmedo en las raíces
y toda ella canta para el tálamo
con el furor de las savias que chupa de la tierra
y, en dúo de complicidad regocijada
con el gameto, engendra al verso
y es madre de poesía ctónica, subterránea,
y sigue en colectiva humanidad
con sus hermanas.

         4. Madurez
Hay mujeres que son evolución y síntesis
y, por tanto, futuro, utopía cumplida y realizada.
Niñas son para el niño.
Tiernas son para el adolescente.
Adultas son para el varón que escucha.
Sabias son para el viejo que aprende.
Benditas son en la muerte que clama.

Y son madres todavía para el que, a filo
de espada, muere, o a para el que en pena yace
o, en enfermedad, padece...
y, para todos, puja la esperanza
en su parto final que es piedad y consuelo.

Y sus ojos, sus ojos
todo lo lloran, cuando no lo comprenden,
y aún todo lo sanan cuando es triste y agónico
y lo olvidan y perdonan cuando es infame, envilecente.
Pero no aprende el hombre necio a redimirse
y no sabe llorar cuando ella llora y crece.

          5. Desencarnamiento
Hay mujeres sencillas,
que son lo mejor del silencio.
Y las netamente virtuosas y diáfanas mueren
después que, con hechos inconfundibles,
todo han declarado y su ternura
ha reconfortado en vida a los ánimos vecinos
y con ilusión al sacrificio, suyo o ajeno, descansan.
Son las que, al morir, se vuelven mariposas,
el talismán de alas, la abraxa mística,
que no es tal, en rigor,
como no es nube ni arroyuelo cristalino
ni paloma ni secreto indecible...
Es la mujer real, costilla celular del mitocondrio,
aposento idóneo, el sábado encarnado
de una canción que hoy es el recuerdo que canta
y que, en la carne, conmueve todavía...

Y sus ojos, sus ojos
son inolvidables, tan dulces
como el ayer más tierno,
tan cautivantes como el amor primaveral
que, en mayo, hace a la flor más flor
y más ave al pajarillo que se posa en la rama
y a la lluvia, llovizna deseada para la tierra seca,
vendaval de luz, irisdicencia del ángel
que, en la zarza ardiente del monte humano,
al árbol de amor conecta a su alma.

          6. Síntesis Cósmica
Hay mujeres que son la eternidad:
cosecha concreta de la heroica metáfora,
el orgullo del ser,
pulcros cuerpos que ocupan pulcras almas,
feminidad en la piel glorificada,
la alegría del infinito en desnudeces suaves,
los ángeles eróticos sin alas.

Estas habitantes de la tierra, nada esconden.
Son transparentes, siendo celulares.
Son luz, aunque vivan en lo oscuro.
Son la historia que se corrige sin recelos,
lo más inocuo del Caer, lo menos turbio.

Y sus ojos, sus ojos
sonríen, desde sí, porque son inocentes
y nada -sino luz- guardan bajo sus párpados.
Y así miran, así conquistan aún más,
se comunican, así descansan
para entregar el séptimo día
en el Shekinah del sexo femenino.

          (7.)

(La séptima sección de este poema es mi silencio.
Un homenaje que mi voz no expresará, no sabe cómo.
Sólo la mujer puede develar esta dicha).



 

            Santiago Montobbio

Rescate
Rescata palabras, barcos, noches que anulen las espinas
o sobre las que antiguos amores resplandezcan.
Rescata madrugadas, adioses, silencios, muertos
y antiquísimos arrabales de sábanas
poblados de puñales y bien lejos del anillo.
Rescata eso, palabras, barcos, cielos, tú rescata
piernas con la risa de la hoguera
y corazones destilados
con un sol muy parecido
a aquél con que tejiste lentamente
poemas con ceniza
y rescata también fantasmas por sueños desfilando
y todo aquello que bajo dormidas lunas te dio nombre
y que pueda aún hoy reconstruirte acaso,
venderte un nombre o abrirte líneas
que no se consuman por la noche
y cuyo contorno ni que sea remotamente se parezca
a las musicales cinturas de la vida.

Es cierto, sí: tú puedes hablarte así, decir cuidado,
te quiero, amor, rescata, desde luego es cierto
que puedes aún alguna vez hacerlo si te esfuerzas
en creer que puedes ser aún suficiente incendio
como para teñir con un empolvado fuego los espejos
y con sus retratos hacer después un libro
con el mínimo número de adioses, ciudades,
muchachas y otros miedos
como para resultar mínimamente entretenido,
sí, puedes hacerlo, urdir corazones, silencios, libros
y como fantasma de nada arder
y tener la desvergüenza de fingir
que a pesar de las serpientes que enroscadas tienes a los ojos
crees salvarte desde ellos.

Sí. Puedes hacerlo. Pero
no lo harás. Jamás lo harás. Pues
de sobras sabes que de la noche
son las horas, que ni tiempo te queda,
ni misterios, y que lo que no sea
fracaso ahora
nomás será mentira.


            María Rivell

Lírica
Imagina una vida trágicamente bella,
en el vagón imposible del tiempo...
Y un amanecer... rompiendo al contraluz
entre el aroma espeso del jazmín.

Es fácil olvidar la fugacidad de lo que parece
eterno.
Vivir, olvidar y recordar, secuencia llana,
semilla de sabiduría,
recordar en el olvido lo que se ha vivido...
y ya perdido en uno mismo,
perecer en el misterio
para recaptar la esencia.

Y es entonces,
entre bloques de silencio...
y mientras la noche cae sobre la curva
perfecta de una remota bahía,
es entonces cuando el alma se escapa.
Emprende el vuelo prisionera,
magnéticamente capturada en el río de los
sueños.

Detenerse es perderse,
el horizonte, un páramo sin luna...
a los pies, volcanes de estrellas.
Y en ese fluir ciego
entre espirales de piel y tanto espacio
abierto se encuentra al fin, sin esperarlo,
la clave de todo,
la infinita levedad de un ritmo eterno.
.